La primera vez que escuché hablar de prostitución tenía diez años: la voz de un periodista informaba sobre una calle del centro de Bogotá, el televisor mostraba las imágenes que una cámara oculta había grabado desde el interior de un carro, casas sombrías pasaban rápido de un lado al otro de la pantalla en medio de la oscuridad nocturna. Al fondo de las imágenes se veían varios corredores en los que mujeres oscuras, desdibujadas, se mantenían de pie junto a rejas iluminadas tan sólo por la tenue luz amarilla de algunos faroles. De repente, una voz gritó: “Éntrense, putas, que las están grabando”, y las mujeres del video corrieron a esconderse. Comprendí en ese instante que ellas tenían algo que no podía grabarse, algo por lo que corrían y se escondían. Fue así como conocí la prostitución en Bogotá, a finales del siglo XX.
A esas mujeres las llamaban las “enrejadas”, prostitutas que ejercían de puertas para adentro. La legislación del momento determinaba que las actividades comerciales de alto impacto debían localizarse en ciertas avenidas comerciales principales, pero lejos de la vista del público. Por eso, ellas estaban tras las rejas de puertas y ventanas, donde la gente no podía verlas, pero podían trabajar.
Mucho ha cambiado desde ese momento, pero ese tipo de ejercicio de la prostitución, alejada de las zonas de tolerancia, aún persiste. También es posible encontrar en diferentes localidades zonas especiales en las que se lleva a cabo el comercio del sexo, aunque gran parte del grueso del ejercicio legal de la prostitución en Bogotá se ha concentrado en un sólo lugar: la Zona de Alto Impacto (ZAI)[1] en el barrio Santa Fe. Tal zona está situada en Los Mártires, una de las tres localidades que componen el núcleo histórico de la ciudad, junto con Santa Fe y La Candelaria. En ese triángulo se han situado tradicionalmente los espacios que componen el eje de poder político, cultural y económico del país, y a la vez sus zonas más problemáticas. Los museos y las casas antiguas de La Candelaria, la plaza de Bolívar, el Capitolio Nacional, la Casa de Nariño, el Palacio Liévano, el Centro Internacional con nuestro pequeño Manhattan, las universidades de élite y no tan de élite, la torre Colpatria y la aún inhabitada torre Bacatá están a muy pocos pasos de lo que han sido los peores callejones de miseria de la ciudad –El Cartucho y El Bronx–, de las plazas de mercado llenas de vendedores e indigentes y de la ZAI. Desde las ventanas de los edificios del área se miran unos a otros sin saludarse y sin reconocerse las prostitutas, los chaceros, los habitantes de la calle, las amas de casa, los niños, los estudiantes, los oficinistas, el alcalde mayor, los ministros y el presidente de la república.
A pesar de su cercanía con la historia y el poder, la ZAI, el negocio de la prostitución y el barrio Santa Fe son considerados por los bogotanos como los focos de peligro más visibles de la ciudad. La gente se eriza cuando tiene que pasar por la ZAI y las personas estiran el cuello con precaución y curiosidad para ver a las mujeres que trabajan allí, mientras recorren la troncal de la Caracas en Transmilenio. Los taxistas son portadores de gran cantidad de relatos trágicos sobre la zona y meten el acelerador sin importar la norma ni los semáforos cuando tienen que recorrer la calle 22 o la calle 24, en las horas de la noche debido a la presencia de innumerables indigentes. El barrio Santa Fe es temido por los bogotanos, aunque es reconocido y recordado por ellos.
En la actualidad, las actividades conexas a la prostitución, aisladas principalmente en la ZAI y otras zonas especiales[2], siguen demostrando ser un negocio creciente. Sin embargo, un halo de temor y vergüenza no abandona a las personas que forman parte de ese negocio y hace que las mujeres que la ejercen sigan corriendo a esconderse.
Carlos Manríquez, un artista plástico que habita en el barrio, me contó que fotografiar a las mujeres en ejercicio de la prostitución es un riesgo porque se puede armar un lío de golpes, puños y cuchillo. “Yo he visto cómo les rompen los vidrios a los carros porque a un tipo con un celular le pareció muy chistoso tomarse una selfie o sacar una foto de una prostituta. Le vuelven mierda el carro. Gritan “¡Foto, foto, foto!”, pero ahora las viejas ya no se entran. Se van a buscar al man, le quitan el celular y le agarran el carro a pata” (Manríquez. Comunicación personal, junio de 2015).
¿Cuál es la razón para eso? ¿Por qué el ejercicio de la prostitución está ligado con el ocultamiento, el aislamiento y la vergüenza? Esas dudas iniciales fueron las que me llevaron a conocer la ZAI, y a conversar y escribir sobre ella.
La ZAI está ubicada entre la avenida Caracas y la carrera 17 y entre las calles 19 y 24, en el corazón del barrio Santa Fe y la localidad de Los Mártires. Uno de los motivos relevantes para la creación de la Zona de Alto Impacto fue el fallo de la acción de tutela 2000-0672. Un ciudadano abogó por los derechos de los habitantes del barrio; alegaba que las prostitutas, en especial las trans, con su cuerpo desnudo, les estaban violando el derecho a una vida digna, a la tranquilidad y a la paz a las familias y a los niños de la zona.
La acción de tutela resultó en que el juez 31 penal municipal le ordenó al alcalde mayor, Antanas Mockus, que reglamentara la prostitución en Bogotá y creara zonas para el ejercicio de ésta. Luego de una serie de ejercicios de participación llevados a cabo por el Departamento Administrativo de Bienestar Social con la ciudadanía, surgió el Decreto 187 del 2002. Ese decreto dictaba que la UPZ[3] Sabana N.º 102 era la más idónea para la realización de la actividad, debido a que en ella se localizaban más del 70 % de los predios destinados a uso comercial (Buriticá, 2013). En esas cuadras se concentraron los establecimientos dedicados a “las actividades relacionadas con los usos ligados al trabajo sexual, la diversión y el esparcimiento, y los demás comercios y servicios, wiskerías [sic], streaptease [sic], casas de lenocinio y demás categorizaciones relacionadas con el ejercicio de la prostitución” (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2002). Fue así como la UPZ 102 se convirtió en el primer –y único, en su momento– lugar de Colombia donde se ejercía la prostitución de manera legal[4].
Para mí, así como para muchos otros artistas, la ZAI contiene algo particular que produce fascinación. No es sólo la presencia de interminables filas de mujeres vestidas con atuendos exóticos o semidesnudas, ni la fuerte presencia de los establecimientos de rumba más visitados y mejor arreglados de Bogotá, al mismo tiempo que comercio informal, indigentes y comunidades marginales que transitan en medio de la basura. En mi caso, la fascinación viene también de la calidad que le ha otorgado la ZAI al barrio Santa Fe de ser un territorio frontera.
Cuando hablo de “territorio frontera” me refiero a los espacios situados entre realidades geográficas, culturales y sociales distintas. Gloria Anzaldúa denominaba estos territorios borderlands; en sus escritos se refería al espacio geográfico existente entre México y Estados Unidos, ese territorio que ella llama una “herida abierta” donde “el tercer mundo choca contra el primero y sangra”. La borderland es un “tercer país” que ha crecido y se ha formado como una urdimbre entre una herencia cultural indígena, mexica, azteca, una herencia española traída por los conquistadores y una herencia anglo de los actuales dueños blancos del territorio de Estados Unidos (Anzaldúa, 1999, p. 25).
Pese a no estar entre dos países distintos, la ZAI podría pensarse como un territorio fronterizo que surge desde el choque de dos realidades distantes que han encontrado una intersección allí: el negocio concentrado de la prostitución, sus negocios conexos, su crecimiento acelerado y la migración que atrae –la cual incluye ahora también a población venezolana–, y el Santa Fe como un barrio central y tradicional de Bogotá, poblado por familias y con una herencia cultural y arquitectónica particular.
El barrio Santa Fe surgió en la década de los treinta, cuando los miembros de la familia Tafur Villalobos, los dueños de la hacienda San Antonio de la Azotea, decidieron encomendarle la urbanización de sus terrenos a la empresa constructora Ospinas. La empresa siguió el trazado urbano diseñado por el arquitecto austriaco Karl Brunner, director en ese momento del Departamento de Desarrollo Urbano, y fue tarea suya llevar los servicios públicos al lote, parcelarlo y venderlo. Al mismo tiempo, según Enrique Martínez[5], experto en territorios judíos en Bogotá, la proximidad de la Segunda Guerra Mundial limitó la migración de la comunidad judía existente en el país: tenían restringido el movimiento por América Latina y tampoco podían regresar a Europa. Por esa razón empezaron a realizar inversiones inmobiliarias. Cerca del 20 por ciento de los lotes del nuevo barrio Santa Fe fueron adquiridos por ellos y por otros migrantes europeos habitantes de la ciudad. Tal hecho, durante varias décadas, le dio al barrio su carácter inicial aristocrático por el cuál aún es conocido y recordado. Caminar por el barrio Santa Fe, dentro y fuera de la ZAI, y observar sus construcciones originales lo lleva a uno a imaginarse cómo habrían sido esas calles en su vieja gloria cuando se semejaban, tal vez, a Teusaquillo, aunque con un carácter más comercial. Esta historia, visible aún entre los anuncios de neón y las baldosas brillantes que cubren las fachadas de los edificios originales, es desconocida por la mayoría de los bogotanos.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial y mientras avanzaba la segunda mitad del siglo XX los migrantes judíos y europeos se fueron hacia otros barrios menos centrales, a Chapinero, al Chicó o a Usaquén o regresaron a Europa. Al Santa Fe llegaron nuevos pobladores: familias provenientes de otros lugares de Colombia, artistas, estudiantes o comerciantes. La cercanía del barrio con la Estación de la Sabana y con las rutas de entrada y salida de la ciudad hicieron que su carácter comercial aumentara y que se establecieran hoteles y negocios y una población flotante, migrante, que hacía uso de los servicios que prestaban las trabajadoras sexuales[6]. Al correr el final del siglo XX ya existía allí un nicho de prostitución y comercio.
El establecimiento de la ZAI en el corazón del barrio Santa Fe fue, en palabras de Enrique Martínez, “el tiro de gracia para el barrio” o sea, el hecho que marcó su fatídico destino y lo que lo condenó a ser reconocido como una de las zonas más conflictivas y peligrosas de la capital. No obstante, este mismo hecho en 2001 también marcó el inicio y el desarrollo de un área geográfica dentro de Bogotá que, debido a sus características, se puede entender como una “perspectiva o un espacio epistemológico” (Escobar, 2003, p. 70) desde el cual es posible construir visiones del mundo que se enfrentan a las formas tradicionales y hegemónicas heteronormativas imperantes en gran parte de la ciudad.
Durante varios años recorrí e investigué sobre la ZAI, intentando encontrar esas visiones. También intenté responder a mi pregunta inicial, así como a una pregunta de investigación que se volvió central: ¿cuáles son las prácticas y las dinámicas que han surgido en el espacio frontera que existe entre el barrio Santa Fe –un barrio tradicional de Bogotá, donde viven familias tradicionales– y el negocio de la prostitución que se estableció de manera legal allí?
El trabajo de campo realizado en la zona –que incluyó recorridos a pie, entrevistas, almuerzos, desayunos, citas, ventas nocturnas con una chaza, entre otros[7]– arrojó tres aspectos importantes: primero, que existe un desarrollo urbano centrado en el cuerpo de la mujer en ejercicio de la prostitución. El cuerpo de la mujer en la ZAI está en constante exposición en el espacio público. Ese cuerpo, el cual pertenece tradicionalmente al área de lo privado, aparece ahora en público frente a las fachadas de las discotecas y las residencias, entre los viandantes y el tráfico. La sociedad bogotana ve ese exhibicionismo como algo negativo, y en parte por eso, precisamente, surgieron las zonas donde la prostitución se practica de manera aislada. Esta es la única zona de Bogotá donde es posible ver a las mujeres semidesnudas en el espacio público.
De esta manera, la arquitectura de la zona, otrora casas y edificios construidos por judíos e inmigrantes europeos, se ha transformado para hospedar bares, whiskerías, residencias y hoteles relacionados con el negocio de la prostitución y el comercio de las mujeres que se exhiben en público. Además, el tráfico ha cedido para dar paso a los denominados “cuquiturs”, término que describe la acción de recorrer en carro particular, taxi o moto las calles y carreras de la ZAI para solicitar los servicios de las trabajadoras sexuales o tan sólo para observarlas.
Segundo, existe allí un mercado exclusivo para ellas, el cual incluye servicios como peluquerías, spas y almacenes de ropa. Tal oferta flota dentro del mercado tradicional en el barrio. Es posible observar en las misceláneas de la zona, por ejemplo, ventas de tangas o ropa interior para mujeres en ejercicio de la prostitución, junto a útiles escolares para los niños.
Finalmente, el tercer aspecto es la configuración de la ZAI como un lugar en el que la comunidad identitaria trans ha hallado un espacio de visibilidad alrededor del ejercicio de la prostitución. Allí trabajan y se muestran a la luz del día, exhibiendo su cuerpo transformado de la misma manera que lo hacen las mujeres cisgénero[8]. En la ZAI también encuentran espacio mujeres trans que ejercen la prostitución.
Este tercer aspecto se configura como un hecho que permanece oculto tras los muros de las discotecas en la zona de alto impacto, pero que lucha por ser reconocido: la agencia demostrada por las personas trans en la constitución de la ZAI. Diana Navarro, abogada, quien se define como “negra, marica y puta”, ejercía la prostitución y es cofundadora de la Fundación Opción. Ella es habitante del barrio y reconoce que en el año 2001, cuando salió el resultado de la acción de tutela 2000-0672, la alcaldía local de Los Mártires pretendía desalojar a las personas en ejercicio de la prostitución del barrio, pero gracias a su intervención se regularon las zonas de prostitución y se creó la ZAI. Diana cuenta que ella fue la cara visible del proceso porque, como abogada, tenía un conocimiento técnico de la norma que sus compañeras no poseían. Sin embargo, también admite que, aunque ejerció como líder, no fue algo que hiciera sola. “En eso hago mucho énfasis, porque no fui yo sola, fuimos todas las que trabajamos en esa época” (Navarro. Comunicación personal). Diana también me comentó que a las mujeres trans, a diferencia de las mujeres cisgénero en ejercicio de la prostitución, no les importa tanto que la gente se entere de su trabajo: “A mí no me importaba que la gente supiera y a las chicas tampoco. Nosotras somos únicamente putas o peluqueras, ¿entonces qué? A las mujeres cisgénero yo las entiendo porque tienen una doble vida. En muchas de sus casas ignoran que ellas ejercen la prostitución” (Navarro. Comunicación personal, marzo de 2016).
Ya hace un tiempo que decidí dirigirme hacia lugares más amables y escribir sobre otras localidades. No obstante, sigo preguntándome cuál es la razón por la que existe tanta oscuridad alrededor del ejercicio de la prostitución y por qué seguimos condenándola moralmente, para así cerrar el camino hacia la verdadera regulación.
En el mundo se han establecido varias tendencias en torno al tema de la prostitución: la abolicionista, la reglamentista y la prohibicionista. Estas tendencias han sido producto de diferentes realidades sociales y de las decisiones políticas y regulatorias de los estados (Guerrero, 2017) . En Colombia, la prostitución ha sido objeto de tratamiento directo e indirecto por distintas políticas públicas a lo largo de la historia. Según afirma Misael Tirado (2011), tales políticas han oscilado entre la represión y la tolerancia regulada. En el país, históricamente se ha penalizado en forma directa el ejercicio de la prostitución y las expresiones relacionadas con ella consideradas más ofensivas por la colectividad social o la moral religiosa. Así mismo, se ha reglamentado sobre los temas incidentales al trabajo sexual, pero tan sólo con fines criminológicos, sanitarios y urbanísticos.
Sin embargo, dos sentencias de la Corte Constitucional se han convertido en precedentes jurídicos que han abierto las posibilidades de una legalización reglamentada del trabajo sexual y la protección de los derechos humanos de la población que lo ejerce. La sentencia T-629 de 2010, emitida por la Corte Constitucional, reconoció la actividad de prostitución como un trabajo en el que la mujer trabajadora sexual como madre y cabeza de familia se hace merecedora de protección y estabilidad laboral. El Estado es, para la Corte, garante de los derechos y de la dignidad humana. La sentencia T-736 de 2015 también aborda el tema de la prostitución; en ella se afirma que los trabajadores sexuales conforman un “grupo discriminado y marginado por su actividad respecto a los cuales el Estado tiene un deber de especial protección bajo los mandatos constitucionales de la igualdad material”.
Así mismo, la Corte enfatiza de nuevo en la diferencia que existe entre el trabajo sexual lícito, proveniente del ejercicio de la voluntad libre y razonada de la persona que la ejerce, –aunque sea realizada en contextos de vulnerabilidad socioeconómica– y la prostitución forzada o la explotación de seres humanos por el lucro económico de terceros[9] (Corte Constitucional, 2015).
Es innegable que el ejercicio de la prostitución es una actividad económica que genera beneficios y recursos necesarios para subsistir en forma individual o colectiva. El Estado colombiano reconoce los derechos de la población que la ejerce y afirma que el garante de esos derechos debe ser el Estado.
Aun así, es importante indicar que a pesar de tal reconocimiento de derechos y protección por parte de la Corte, como señala Daniela Guerrero Ordóñez (2017), no se ha seguido de manera específica la tendencia reglamentista. En el país el tema genera controversia, debate y discusión por parte de diferentes sectores y existe evidencia de que la Corte Constitucional ha procurado en sus fallos seguir cierta tendencia abolicionista, con matices reglamentarios y prohibicionistas. La Corte señala que “el derecho protege a quien ejerce la prostitución con medidas de salud pública, pero al mismo tiempo impone al Estado el deber de promover su erradicación y de rehabilitar a quien se desempeña como trabajador sexual” (Corte Constitucional, 2010). Tal afirmación es muestra de que el ordenamiento jurídico no cuenta con una posición exclusiva frente a esta actividad y no se sigue una tendencia regulatoria exclusiva. Por el contrario, existe un cierto híbrido de tendencias que, al final, no les han otorgado a las personas que ejercen el ejercicio de la prostitución las garantías laborales mínimas ni una calidad de vida digna.
Seguiré buscando la causa de esta falta de garantías, derechos y visibilidad. Continuaré intentando responder a la pregunta sobre la vergüenza y el aislamiento en las historias de las personas que viven en el barrio Santa Fe y de la gente que trabaja en la ZAI. Mi idea es poder conversar con las personas que forman parte de los colectivos que trabajan con la comunidad trans en ejercicio de la prostitución en el barrio. Espero poder seguir conociendo a aquellos que aúnan esfuerzos por lograr una mayor visibilidad para ellos, así como mejores condiciones laborales, dentro de esta sociedad. Nuestra sociedad, una que busca ante todo hacerlos invisibles y ocultarlos, a pesar de que el ejercicio de la prostitución sea una de las pocas opciones que Bogotá les ofrece para obtener un sustento.
Referencias
Alcaldía Mayor de Bogotá (2002). Decreto 187 de 2002. Alcaldía de Bogotá. Bogotá, Colombia. Recuperado en línea de
http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=5137.
Anzaldúa, G. (1999). Bordelands/La Frontera. The New Mestiza. San Francisco, Estados Unidos: Aunt Lute Books.
Buriticá, I. (2013). El discurso antagónico de la sexualidad y la participación ciudadana: el caso de las travestis prostitutas de Mártires, Bogotá. La Manzana de la Discordia, 8, (1), 37-54.
Corte Constitucional (2015). Sentencia T-629/10. Recuperado en línea de http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2010/T-629-10.htm.
Corte Constitucional (2015). Sentencia T-736/15. Recuperado en línea de http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2015/t-736-15.htm.
Escobar, A. (2003). Mundos y conocimientos de otro modo: el programa de investigación modernidad/colonialidad latinoamericano. Tabula Rasa (1), 51-86.
Guerrero, D. (2017). El ejercicio de la prostitución como trabajo sexual, implicaciones sociales y régimen jurídico. Tesis de pregrado, Universidad Católica. Recuperado en línea de https://repository.ucatolica.edu.co/bitstream/10983/15807/1/EL%20EJERCICIO%20DE%20LA%20PROSTITUCI%C3%93N%20COMO%20TRABAJO%20SEXUAL.pdf.
Henao, M. (2017). Respuesta solicitud concepto sobre zonas de alto impacto. Recuperado en línea de http://www.sdp.gov.co/sites/default/files/conceptos-juridicos/82-17.pdf.
Malaver, C. (2019). Por tratarse de una actividad, prostitución no tendrá límites urbanos. Recuperado en línea de https://www.eltiempo.com/bogota/discusion-en-el-pot-en-bogota-sobre-zonas-para-ejercer-la-prostitucion-330472.
Manríquez, C. (2015). Comunicación personal.
Navarro, D. (2016). Comunicación personal.
Tirado, M. (2011). El debate entre prostitución y trabajo sexual. Una mirada desde lo socio-jurídico y la política pública. Revista de Relaciones Internacionales, Estrategia y Seguridad, 6 (1), 127-148. Bogotá: Universidad Militar Nueva Granada.
1 La ZAI en el barrio Santa Fe fue la primera y es la más visible, aunque una modificación al Plan de Ordenamiento Territorial en el Decreto distrital 469 de 2003 reglamentó Zonas Especiales de Servicios de Alto Impacto (Zesai), que incluyen los usos ligados a la prostitución y actividades afines. Estas zonas se localizan en Bosa Central, Álamos, Corabastos, Los Alcázares y Venecia (Henao, 2017).
2 La Zona de Alto Impacto (ZAI) y las Zonas Especiales de Alto Impacto (Zesai) son áreas delimitadas por las políticas distritales.
3 Unidades de Planeamiento Zonal, áreas urbanas más pequeñas que una localidades y más grandes que un barrio.
4 Actualmente, se encuentra en discusión la exclusión de las Zesai de los planes de ordenamiento territorial porque se considera que el ejercicio de la prostitución no es un uso del suelo sino una actividad. Tal exclusión atomizaría la actividad de la prostitución en vez de aislarla en zonas especiales como está ahora (Malaver, 2019).
5 Enrique Martínez es antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia, magíster en Historia y Teoría del Arte y la Arquitectura y la Ciudad de la misma universidad y doctor en Historia de la Universidad de Tel Aviv.
6 El negocio de la prostitución, antes de la constitución de las zonas especiales, no estaba únicamente localizado en el barrio Santa Fe. Aunque no existe una historia de la prostitución en Bogotá, es posible saber que se ejercía en muchos barrios.
7 Gran parte de la información recopilada para este texto está incluida en la crónica “La chaza y el chocho”, publicada en el libro Bogotá cuenta historias de a pie, publicado por Idartes en 2015.
8 Personas trans son aquellas cuya identidad de género –asignada culturalmente al momento del nacimiento por sus familias y colectivos sociales dentro del binomio hombre o mujer– no corresponde al sexo genital. Las personas cisgénero son aquellas cuya identidad de género sí corresponde al sexo genital.
9 La explotación sexual, la trata de personas, la inducción a la prostitución, el estímulo a la prostitución de menores, la demanda de explotación sexual de niños, niñas o adolescentes, la pornografía con menores de 18 años, el turismo sexual, la prostitución de menores de 18 años y la facilitación de medios de comunicación para ofrecer actividades sexuales con menores de edad se encuentran penalizados en Colombia.