El parkour o l’art du deplacement (el arte del desplazamiento), como también lo llaman sus practicantes, se destaca entre otras expresiones recientes de la cultura urbana. La disciplina consiste en moverse por el entorno urbano, superando los obstáculos del camino (vallas, muros, etc.) de la forma más fluida y eficaz posible, con la única ayuda del cuerpo.
El punto de partida de este proyecto fue la grabación en video de un encuentro de parkour en el cementerio Civil de Madrid. Para empezar la sesión, se trazó un recorrido en el cementerio, del punto A al punto B, y se invitó a un grupo de traceurs (practicantes del parkour) a recorrer la distancia entre ambos puntos. Como no puede haber competiciones, los traceurs optan por “reuniones” en las que se muestra a los demás traceurs el progreso, la técnica
y otras características. Normalmente, se diseña un recorrido y cada uno opta por hacerlo de una manera propia. Una de las reglas claves en el parkour es no retroceder.
El cementerio Civil de Madrid forma parte de la Necrópolis del Este, junto con el cementerio de La Almudena y el cementerio judío. El origen de un cementerio civil viene dado por una Real Orden del 2 de abril de 1883, que dictaba que en los ayuntamientos cabeza de partido judicial y en aquellos de más de 600 vecinos debía establecerse, al lado del cementerio católico, pero respetando el cerramiento de este y con entrada independiente, un espacio cerrado destinado a los difuntos fuera de la religión católica.
Inaugurado el 9 de septiembre de 1884, en él se encuentran enterrados, entre otros, los presidentes de la Primera República, Estanislao Figueras, Pi y Margall y Nicolás Salmerón; el fundador del Partido Socialista Obrero Español, Pablo Iglesias; los líderes socialistas Julián Besteiro y Francisco Largo Caballero; el escritor Pío Baroja; los filósofos Pedro Laín Entralgo y Xavier Zubiri; la dirigente comunista Dolores Ibarruri; el militar republicano y general en los ejércitos de la URSS, de Polonia y Yugoslavia, Enrique Lister; el pedagogo Francisco Giner de los Ríos; el urbanista Arturo Soria, y el artista Wolf Vostell.
El carácter del cementerio Civil también queda patente en sus lápidas, en las que encontramos epitafios como “Amor, libertad, socialismo”, o “La libertad y la razón os harán fuertes”.
Algunas interpretaciones acerca del parkour han recuperado una evidente conexión con la psicogeografía situacionista, aquella disciplina en la que el ciudadano, en vez de ser prisionero de una rutina diaria, tendría que mirar las situaciones urbanas de una forma radical. Así como el psicogeógrafo situacionista deambula por la ciudad estableciendo una cartografía personal, y construye un territorio emocional frente a la ciudad organizada del urbanista, el traceur marca su propio camino a través de los obstáculos urbanos, imponiendo su ruta sobre la funcionalidad de la ciudad. Uno de sus lemas es “El día en que todo sea plano estaremos muertos”.
Cuando los traceurs saltan sobre una pared, brincan sobre una barandilla o suben un edificio, son enteramente indiferentes a su función o contenido ideológico. Por
lo tanto, no se sienten concernidos por la presencia de la arquitectura como edificio, ni como composición de espacios ni de materiales dispuestos lógicamente para crear una entidad urbana coherente. Centrándose solo en ciertos elementos (repisas, paredes, bancos, barandillas, escaleras) de una determinada arquitectura, los traceurs niegan la existencia de la arquitectura como una entidad tridimensional indivisible, reconocible únicamente como totalidad, tratándola en su lugar como un sistema flotante de elementos físicos separados, aislados, donde se obvian las consideraciones de los arquitectos con respecto a los usuarios que implican la subordinación del cuerpo al espacio y diseño. El cuerpo performativo del traceur tiene la capacidad de ocuparse de un sistema dado de circunstancias predeterminadas, extraer lo que le es útil y desechar el resto.
El parkour reproduce la arquitectura a su propia medida. Así mismo, como en la deriva situacionista, crea nuevos planos de la ciudad. En la vista aérea del mapa, la ciudad entera se entiende simultáneamente, en un solo vistazo, pero si hubiera un modelo cartográfico de los traceurs no sería el mapa convencional. Frente al mapa totalizador se propondrían nuevas cartografías, que estarían integradas por objetos dispares en una secuencia (cartografía lineal), con algunos objetos “representados” en una oportunidad (cartografía aislada), otros en varias oportunidades (cartografía repetida) y otros más que señalan puntos a los que se vuelve una y otra vez en diversas ocasiones (cartografía cíclica).
Sin embargo, pese a esa relación entre los conceptos de la psicogeografía situacionista y el parkour, no podemos olvidar su origen: proviene de Francia, donde David Belle, hijo de un miembro del ejército, aprendió de su padre el método natural de Georges Hébert, un entrenamiento militar basado en la superación de obstáculos naturales usando el cuerpo, para después aplicarlo a la ciudad, interactuando con vallas, muros, tejados... Un obstáculo en circunstancias normales evita que vayamos más lejos, paraliza. No obstante, en el parkour todo se percibe como un obstáculo que puede utilizarse para crear movimiento.
El lema principal del parkour es “Ser y durar”. Si bien el significado que se le da es que el traceur no tiene que ponerse en peligro e ir superándose cada día, y no debe competir ni intentar superar a los otros, también parece apelar, por un lado, a la pertenencia a una comunidad determinada, y por otro, a la responsabilidad de mantener el compromiso con esa misma comunidad. Hay un lema derivado del anterior que indica más a las claras la procedencia militar de este deporte urbano: “Ser fuerte para ser útil”. No deja de ser llamativo que los componentes de la comunidad de los practicantes del parkour se reconozcan en una voluntad compartida de “resultar útiles”, voluntad que no enfocan en una causa concreta, pero que indica una cierta filosofía humanista. Humanismo que, aun cuando resulte paradójico, viene dado por su raíz militar, algo que al fin y al cabo tampoco ha de sorprendernos, puesto que la principal finalidad de los ejércitos en nuestros días no es otra que la de la “misión humanitaria” o “misión de paz”.
Desde esta perspectiva, podemos entender los grupos de parkour como
una suerte de guerrilla urbana que, en el contexto de la sociedad del bienestar y el consumo, emplea una técnica militar como herramienta para la práctica crítica de la ciudad. En este mismo sentido se entiende también el skate, donde en el movimiento del cuerpo a través del espacio urbano y en su interacción directa con la arquitectura moderna de la ciudad yace su objeto central de crítica: un rechazo de los valores y de los modos espaciotemporales de vivir en la ciudad capitalista contemporánea.
Otro aspecto importante en la práctica del parkour es la temporalidad. En su práctica, se elimina la memoria; el traceur no parte de una memoria histórica sino de una memoria cotidiana, elaborada a partir de sus recorridos. Los traceurs niegan así la visión “histórica” de la ciudad, siendo totalmente ajenos a los procesos de su construcción y a sus hitos, de modo que el escenario urbano aparece ante ellos como una estructura
sin pasado, un sistema de elementos recombinables en cada nueva sesión.
Al proponer que un grupo de traceurs recorran el cementerio Civil del este de Madrid, nuestra intención es activar una suerte de monumento en negativo, debido a su carácter efímero, en el cual se presentan a un mismo tiempo prácticas críticas de la cultura urbana con la memoria de aquellos que integraron ejércitos, organizaciones sociales y partidos políticos que, movidos por valores humanistas, aspiraron a
una utopía, mientras los grandes relatos emancipadores de la modernidad todavía tenían sentido. Aunque si bien esta acción se da en un lugar cargado de memoria, de profunda significación simbólica, por la propia naturaleza del parkour, los traceurs no se sienten afectados por el sedimento histórico del lugar, sino por sus cualidades puramente espaciales y constructivas
Si en el cementerio Civil de la Almudena de Madrid están enterradas buena
parte de las aspiraciones igualitarias y revolucionarias de la sociedad, se propone un recorrido psicogeográfico de este espacio, estableciendo una tensión entre la movilidad de la práctica del parkour y la inmovilidad de la necrópolis, los sueños de progreso reflejados en las lápidas frente a una práctica de cultura popular que nada tiene que ver con los tiempos de una revolución que quedó pendiente.
Los epitafios conformarán una narración que estará definida por los movimientos de los traceurs. Por un lado, como ya hemos dicho, el lema que los identifica es “Ser y durar”, y por otro, un epitafio del cementerio Civil reza lo siguiente: “Nada hay después de la muerte”.